Vivimos en un mundo lleno de conflictos, aquellos que no son de orden social, como la violencia en las calles, los resultados de los embates del clima, de los fenómenos naturales, son de orden personal, manejo de stress, crisis de la edad, sentimientos, relaciones, crisis de fe, y también los conflictos que se desprenden de las relaciones familiares, todas aquellas circunstancias que rodean a una familia y que de una u otra forma generan conflictos.
En los medios de comunicación todos los días vemos, leemos o escuchamos lo que genera no resolver adecuadamente los conflictos de cualquier índole, cárcel, muerte, enfermedad, abandono del hogar, divorcios, suicidios, infidelidad, crímenes.
Las crisis producto de la mala resolución de conflictos no son solo un problema, de lo que llamamos mundo, o de los inconversos, esto toca desde hace mucho tiempo a nosotros, los “conversos”, los cristianos, los hijos de Dios.
Vivimos cosas en las familias cristianas que antes no se conocían dentro de ellas, ejemplos recientes como aquel joven sonidista de una iglesia, que es asesinado por un músico de la misma congregación. O al salir herido un hombre en un bajonazo y apresar al delincuente este busca clemencia citando el nombre de su pastor ante las autoridades o una familia de la iglesia que al estar en terapia, manifiesta la esposa que ellas es víctima de violencia física, o como los hijos de un hogar cristiano manifiestan no querer vivir más en aquella casa, porque la madre tiene un humor insoportable.
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